miércoles, 9 de noviembre de 2011

Un país sin lectores

De acuerdo con el INEGI, 92.1% de la población mexicana mayor de de doce años  sabe leer y escribir. Por su parte, la Encuesta Nacional de Lectura revela que el  56.4% de los mexicanos lee libros. Entre la población que no lee, un 30.4% afirma que ha leído un libro en algún momento de su vida mientras que un 12.7% nunca ha leído un libro; por lo que se posible suponer alrededor de un 5 % de las personas que saben leer no han leído un libro.

Otro dato interesante es que en promedio cada mexicano lee 2.9 libros cada año. Los jóvenes de 18 a 22 años (es decir, los que están en edad de estudiar bachillerato y carreras universitarias) leen 4.2 libros y las personas con estudios universitarios concluidos leen 5.1 libros en promedio cada año.

4.2 libros por año en una población que, si asiste a clases y hace las tareas debería leer al menos los 10 o 15 libros, manuales o antologías de las materias que llevan cada año, es un rato que revela mucho y preocupa más. 5.1 libros en una población de personas con formación profesional, que deberían mantenerse actualizadas, al menos en sus áreas de especialidad, es una cifra realmente espeluznante. Pero que un 56.% de los mexicanos hayan dicho en una encuesta que leen libros es una utopía, a menos que incluyamos en la categoría de "libros" al Libro Vaquero, el TV Notas y la Guía Telefónica.

Pero ese 56 por ciento no es la única cifra utópica. Cuando el INEGI afirma que más de 92 por ciento de los mexicanos sabe leer, lo hace a partir de otra encuesta (el censo) en la que simplemente se aceptó de buena fe la respuesta que dieron los entrevistados, pero no basa esta información en una prueba real de lectura.

Me explico: es posible que el 92, el 99 o hasta el 100 por ciento de los mexicanos haya asistido a una escuela y haya recibido clases en las que intentaron enseñarles, intentaron aprender o ambas cosas (en los casos de éxito); pero afirmar que una persona sabe leer porque terminó la educación primaria o porque puede relacionar las letras con el sonido que representan, equivale a decir que los estudiantes de secundaria salen bilingües con esas clases de inglés. De las clases de Inglés me ocuparé otro día, hoy estamos con la lectura.

Si una inmensa mayoría leyera el Libro Vaquero, la Guía telefónica o el instructivo del televisor ya estaríamos en un país lleno de esperanza, pero no es así: la Guía telefónica ha caído en una franca decadencia ahora que los teléfonos pueden almacenar números y lo primero que hace una persona cuando compra un televisor, una licuadora o un automóvil es tirar el manual; cuando haya alguna duda sobre el manejo del parato saben que pueden preguntarle al hijo, primo o sobrino friki, que sabrá hallar una copia del manual en Internet porque el original se fue a la basura.

Las personas tiran los manuales, no porque estén seguros de saber manejar el aparato o el vehículo, sino porque están seguros de que no van a leer instructivo alguno. Eso se nota en las calles porque en general la gente no usa las señales de los autos ni sabe para que son, utiliza el 10 o 15 por ciento de las funciones de los teléfonos celulares y no compra compra computadoras para usar hojas de cálculo o procesadores de texto, sino para chatear y entrar a juegos en línea.

Pero los manuales no es lo único que se tira en este país: las señales de tránsito y  las placas con los nombres de las calles son avisos que en algunas colonias duran muy poco en su lugar y terminan pronto en los montones de fierro para vender al reciclaje. Hace un par de días pregunté a un mecánico como llegar aun pueblo, él me respondió que no lo conocía, pero un camionero que estaba ahí le dijo "¿cómo que no sabes, si tú vives ahí?" si a estas personas no les importa saber en dónde viven, menos les puede importar saber leer.

La realidad es que tampoco al gobierno le interesa que las personas aprendan a leer. No voy a hacer eco de las teorías conspiratorias que aseguran que lo que conviene al poder es tener gente ignorante (como los ignorantes que creen en teorías conspiratorias). Es mucho más simple que eso: al gobierno lo que le interesa es informar que las personas saben leer, independientemente de que sepan o no.

La primera vez que vi por televisión un informe de gobierno del Presidente quedé bastante indignado. tenía unos ocho o nueve años y escuchaba al presidente decir que se habían fabricado millones de bancas, miles de aulas, que se habían repartido millones de libros y que cada año se graduaban decenas de millones de niños de las primarias y secundarias públicas. Yo conocía esas aulas, esas bancas y tenía a esos graduados por compañeros, así que puede ver por vez primera y con crudeza a un político mentir.

Lo cierto es que tanto en la primaria como en la secundaria tuve amigos que no sabían leer; no es que leyeran mal o fueran holgazanes, sino que podían leer palabras sueltas pero no frases y menos un libro de texto. En la Universidad conocí algún compañero que hacía resúmenes sobre lo que imaginaba que decía la lectura del día, porque estaba claro que no leía. Puedo entender que en una universidad se cuele algún estudiante que no lee y con algo de suerte, eligiendo maestros fáciles y tal vez sobornando a alguno pueda llegar a graduarse. Pero no puedo entender cómo una persona puede graduarse de la preparatoria, de la secundaria y de la primaria sin leer.

Recuerdo que los libros de la primaria tenían ejercicios de lectura de comprensión, pero recuerdo también que hubo grados en los que los libros no fueron tocados. En alguna escuela el profesor nos entregó los libros para forrarlos con plástico y luego los guardó en un desván del que no volvieron a salir.


Un día le pregunté a la maestra por qué fulano y mengano habían aprobado el curso (yo sabía que no eran capaces de sumar 1+1) y ella me respondió que sólo reprobaban los aumnos cuando iban verdaderamente mal; las escuelas preferían sacarlos lo antes posible para 1. ahorrarse el seguir pagándoles al educación y 2. reportarlos como casos exitosos del sistema educativo. Cuando cursaba el quinto año separaron a todos los que habían reprobado en dos tres o cuatro ocasiones el mismo grado y los pasaron automáticamente a la secundaria; esos eran los éxitos del sistema educativo: no adelantaban los mejores sino los peores. No podía extrañarme que reportaran como niños que sabían leer a los que no sabían, que los dejaran entrar a los grados superiores y luego la secundaria aunque no supieran leer, porque lo impiortante era reportar los éxitos, avances y el desarrollo nacional (que ese año había elecciones).

Pero aquellos niños a los que se dejó ir del primer grado sin esa base esencial que es saber leer, jamás lorgaron reparar el vacío en su formación; los enviaron a un destino de estudiantes mediocres, que fiueron aprobados siemempre porque así convenía a los informes y luego enviados a la secundaria sólo proque tenían la edad para estar ahí. A nadie le importó si aprendían algo.


No dudo que el gobierno, la Secretaría de Educación Pública, la Comisión Nacional de Libros de texto Gratuitos y los autores, diseñadores, formadores, dibujantes y editores de todos aquellos libros hicieron un esfuerzo sincero y decidido... es más, estoy seguro de que lo hicieron y esto es lo peor: algo en el sistema impidió (e impide todavía) que todo ese esfuerzo se convierta en resultados. Los pusieron a trabajar, desarrollaron los materiales, imprimieron y todo ese esfuerzo y dinero se desvanecieron.

Y lo que México necesitó hace veinte años y ahora mismo son resultados reales: no cifras optimistas sino personas que sepan leer, que sean lectores ya es mucho pedir, pero no estaría mal que por lo menos revisaran el manual del auto para saber cómo se encienden las luces direccionales, o que respetaran físicamente una señal de transito por considerarla un elemento informativo y no un kilo de lámina galvanizada lista para ser desmontada y vendida.

Mientras eso no ocurra, afirmar que más del 90 por ciento de los mexicanos sabe leer o que la mitad de ellos lee, es lo mismo que creer mentiras. El problema es que muchas veces hasta los gobernantes ceen esas mentiras peorque ni ellos, ni sus familias itilizan los servicios de los hospitales, bodegas, tiendas, escuelas y libros que produce el gobierno. ¿Como pueden saber realmente como va el gobierno si ellos mismos jamás utilizan sus servicios, comenzando por los educativos?

Solamente a través de una encuesta que incluya un pequeño y sencillo texto se puede saber realmente cuántos saben leer y cuantos creen que saben leer. Un ejercicio así podría complementar las preguntas que ya tienen este tipo de encuestas sin reemplazar a ninguna de ellas; por ejemplo, si un 50 por ciento de los entrevistados dice que lee algún libro de vez en cuando y resulta que la cantidad de personas que pueden leer ese texto es inferior al 50 por ciento ya podemos darnos una idea de cuántos entrevistados mienten.

Que las personas mientan en una encuesta no es algo raro: los encuestadores lo saben y con frecuencia incluyen elementos de control o preguntan los mismo en más de una ocasión mediante reactivos diferentes a fin de identificar a estos entrevistados. Lo común es que al momento de ser encuestadas las personas aseguren que son más tolerantes y cultas, menos borrachas, más afortunadas en el amor y menos habituadas a tirar basura o evadir impuestos. Como dice Guillermo Sheridan, a los encuestados esos 2.4 libros al año les deben parecer una barbaridad, una señal de distinción y un signo innegable de su elevada formación cultural.

¿Propongo algo? claro que sí: Para empezar, ningún problema puede resolverse si no se le conoce y tener información falsa no ayuda por más optimista que sea la información. Que las personas no lean es un problema real y la gravedad del problema no radica en que sólo algunos mexicanos hayan leído La Ilíada, Pedro Páramo o Ensayo sobre la Lucidez; el problema es que las personas no leen ni el manual de la plancha y por eso se quema su casa, no leen ( aveces porque no hay) los rótulos de las calles y se pierden; no leen el periódico y terminan votando por el candidato más guapo en lugar de votar por el menos mafioso y no leen su propia identificación y por eso siempre dan mal su dirección. Estaremos en el paraíso cuando los mexicanos vuelvan a leer el Libro Vaquero y Memín Pinguín.

Primero propongo que se haga un estudio nacional en el que no sólo se pregunte a los mexicanos si saben leer, sino que se les pida que lean, por ejemplo, la primera página de Platero y Yo (con suerte hasta les da curiosidad por conocer lo que sigue) o si nos ponemos nacionalistas y buscamos la perfección  podrían leer algo de Juan José Arreola... es más, si hay prisa bastaría con el cuento más famoso de Augusto Monterroso (sería un ejercicio de lectura de comprensión, con una vertiente psicológica).

Lo segundo que propongo es que realmente ningún niño pueda terminar el primer año de primaria si no puede leer y comprender razonablemente la primera página de Harry Potter y la Piedra Filosofal o de El Gran Gigante Bonachón. Si no lo consigue en tres intentos se le puede enseñar plomería y estaremos seguros de evitar que llegue a algún cargo importante, como Diputado, Senador o Gobernador.

Lo tercero es ponernos a todos a practicar la lectura, una buena opción sería hacer un día a la semana o una semana al mes, de televisión muda: quitar el audio a los diálogos de las telenovelas, programas de concurso, noticias dela farándula y revistas matutinas para dejarlos sólo con subtitulos; de esta manera su público fiel estará obligado a leer algo y sino les gusta dedicarán su tiempo a otra cosa, por ejemplo, leer el manual de la propia televisión, la información de la caja del cereal o los ingredientes del shampoo. Por algo se empieza.





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